Antonín Dvořák
CompositorEn pocos compositores se dan la mano talento y éxito, reconocimiento en su país y en el extranjero, con una relación tan feliz como en el caso de Antonín Dvořák. Junto con Bedřich Smetana, diecisiete años mayor, Dvořák contribuyó a que la música checa tuviera prestigio internacional.
Sin embargo, el camino hacia el éxito fue inicialmente difícil: hasta la cuarta década de su vida, Dvořák fue prácticamente desconocido como compositor. Sin embargo, este hijo de un carnicero no dudó de su vocación. En lugar de eso, escribió un gran número de obras para el cajón. Se ganó modestamente la vida como violista de orquesta y en esta condición tocó bajo la dirección de sus ídolos Franz Liszt y Richard Wagner. El éxito de Dvořák se vio secundado por el apoyo de personas famosas y por la música popular de su país: Johannes Brahms recomendó a su editor Fritz Simrock la publicación de [Sonidos de Moravia] de Dvořák. Las [Danzas eslavas] demostraron ser unas auténticas superventas. El apoyo de Brahms acabó traduciéndose en una amistad entre ambos de por vida. Pero Dvořák disfrutó de gloria no sólo como compositor: también fue un director de orquesta muy demandado. Actuó como invitado al frente de los Berliner Philharmoniker con obras propias en 1884 y 1899. Realizó además varios viajes a Inglaterra, donde recibió repetidos encargos para componer obras, que fue como nacieron, entre otras, su Séptima Sinfonía y su Réquiem. Dvořák se alejó aún más de su patria bohemia en 1892, cuando fue nombrado director del Conservatorio Nacional de Música en Nueva York. A pesar de la persistente añoranza de su país ─o precisamente debido a ella─ compuso aquí, entre otras obras, sus dos composiciones más famosas en la actualidad: el Concierto para violonchelo y la Novena Sinfonía «Del Nuevo Mundo». Tras regresar de América, Dvořák centró su atención en los poemas sinfónicos. Argumentos sombríos de cuentos le inspiraron la composición de dramas instrumentales en formato de miniatura. Y la música de Dvořák, que oscila entre la seriedad y un carácter folclórico y juguetón, resulta también muy eficaz en los grandes escenarios: su ópera de ondinas [Rusalka] sigue despertando hasta hoy un gran entusiasmo.